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XLII


—¿Es una broma? —preguntó el general mirando con desdén a un perro flaco—. ¿Esta es la bestia que destazó a treinta de mis hombres?

—Usted dijo que entregara a mi perro —dijo la anciana mientras un pelotón le apuntaba con fusiles.

—Los aldeanos lo acusaron a él de la masacre.

¡Qué imbéciles! Yo vi los cuerpos, tuvo que haber sido una criatura mucho más grande, más salvaje y poderosa.

—Tiene razón general —dijo la anciana mientras se quitaba los zapatos.

Se oyeron disparos. Luego gritos. Las cabezas rodaron por el suelo. Los fusiles no pudieron contra la anciana. No después de su transformación.

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